Apréndete esto, hijo: en el nidal nuevo hay que dejar un huevo. Cuando te aletié la vejez aprenderás a vivir, sabrás que los hijos se te van, que no te agradecen nada; que se comen hasta tu recuerdo.
¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido.
Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague.
Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace.
Yo siempre anduve paseando mi amor por todas partes, hasta que te encontré a ti y te lo di enteramente.
Nadie te hará daño nunca, hijo. Estoy aquí para protegerte. Por eso nací antes que tú y mis huesos se endurecieron antes que los tuyos.
No tenía ganas de nada. Sólo de vivir.
Hacía tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo.
Conservé intacto en la memoria el medio en que vivía. La atmósfera en que se desarrolló mi infancia, el aire, la luz, el color del cielo, el sabor de la tierra, eso yo mantuve. Lo que la memoria me devuelve son esas sensaciones.