Los humanos no saben lo que poseen en la Tierra. Será porque la mayoría no ha tenido ocasión de abandonarla y regresar después a ella.
Si la juventud es un defecto, es un defecto del que nos curamos demasiado pronto.
Bienaventurados los que no tienen nada que decir, y que resisten la tentación de decirlo.
La democracia otorga a cada uno de los hombres el derecho a ser el opresor de sí mismo.
Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra.
En general, quienes no tienen nada que decir invierten el mayor tiempo posible en no decir nada.
Una espina de experiencia vale más que un bosque de advertencias.
Las desgracias más temidas son, de ordinario, las que no llegan jamás.
¡Cuánta confianza nos inspira un libro viejo del cual el tiempo nos ha hecho ya la crítica!