Invéntate una costa donde el mar seas tú para que así conozcas preguntas y respuestas, y no caiga tu rostro al precipicio, pasajero de tu humo.
¿Cómo no amarte, madre, si me enseñaste a hablar tu lengua? ¿Si soy viento nacido de tu roca?
Más que por la A de amor estoy por la A de asma, y me ahogo de tu no aire, [...]
Pero las palabras arden: como un sonido más allá de todo sentido, con un fulgor y hasta con un peso especialísimo.