Por muy desengañados que estemos es imposible vivir sin alguna esperanza. Siempre conservamos una, a pesar nuestro, y esa esperanza inconsciente compensa todas las demás, explícitas, que hemos rechazado o agotado.
Cada ser es un himno destruido.
La sociedad no es una enfermedad, sino un desastre. Es un milagro estúpido que consigamos vivir en ella.
Un instante de lucidez, sólo uno; y las redes de lo real vulgar se habrán roto para que podamos ver lo que somos: ilusiones de nuestro propio pensamiento.
La mentira es una forma de talento.
El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única, en realidad.
No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos qué forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo.
Aceptarnos tal como somos: la única forma de evitar la amargura. En cuanto «nos negamos», en lugar de pagarlo con nosotros mismos, lo pagamos con los demás, y ya sólo segregamos hiel.
Después de ciertas experiencias deberíamos cambiar de nombre, puesto que ya no somos el mismo.